El 10 de Diciembre del año 1995 fue un día de
emociones bastantes encontradas. Por un lado, el Colegio entero
se vestía de luto y lloraba la partida de uno de sus sacerdotes
más queridos, Cristóforo Colombo, el Lobo feroz; y, por otro,
ese mismo día era ordenado diácono el entonces hermano Humberto
Palma. No quisimos suspender la ceremonia de Ordenación porque
nos parecía que la vinculación entre la vida y la muerte, y el
saber vivir con esperanza en medio de ambas es lo propio del cristiano
y, además, uno de los anuncios permanente de Colombo. Hoy, a diez
años de su muerte, aún recordamos con cariño al Lobo Feroz. Pero
no sólo su peculiar personalidad, sino ante todo la sabiduría
de sus enseñazas y el método tan particular de transmitirlas.
Es por los mismo que quimos rescatar su figura. Y lo hicimos de
dos formas: publicando el libro "Cristóforo Colombo: descubridor
de almas", que rescata lo mejor de sus homilías, y gestionando
el traslado de sus restos mortales hasta nuestro Colegio. Esta
última fue una gran empresa, que inciamos junto a padre Giulio
Pireddu. Grande, no sólo por lo significativo del hecho, sino
por lo costoso que era obtener las debidas autorizaciones para
construir el cementerio barnabita en donde descansaría para siempre
el Lobo Feroz. A Dios gracias, y a las muchas personas que nos
ayudaron, a inicios del 2005 el Proyecto estaba aprobado y en
condiciones de inciar su concreción estructural. Fue así como
el sábado 10 de diciembre del 2005, en medio de una gran emoción
y alegría, el Lobo Feroz, volvió a casa. La ceremonia de traslado
inició su recorrido desde Pueblo de Indios en una caravana de
vehículos encabezada por el carro de los bomberos de la Primera
Compañía de San Vicente, una reliquia que conservan para las nobles
ceremonias de funerales de bomberos. Al llegar a la Plaza Arturo
Prat, el cortejo continuó a pie por Germán Riesco. Detrás del
carro que transportaba el féretro venían los sacerdotes barnabitas,
los Portaestandartes del Colegio, Alumnos, Apoderados y gran cantidad
de amigos que al compás de las cajas de la Banda de guerra se
sumaban a esta histórica y significativa marcha. Parecía increíble,
pero Colombo cruzaba nuevamente el pórtico del Colegio...aquella
era una escena mágica, sobre todo cuando al ingresar en la capilla
le esperaba su fiel amigo de tantos años: padre Zacarías Penati.
La Misa fue presidida por padre Lorenzo Baderna, su otro compañero
y amigo de juventud. La homilía y los discursos posteriores rescataron
la agraciada figura de Colombo, tan humano como cualquiera, apasionado
como pocos. Así era Colombo. No era santo, Dios lo fue puliendo
con al paso de los años hasta que su enfermedad hizo transparentar
la santidad que logra Dios en los hombres cuando estos se dejan
conducir por él. Nacido en Monza, descansa ahora aquí...en su
querido San Vicente y Colegio. Cristóforo Colombo, descansa en
paz!
R.p. Humberto Palma O. c.r.s.p.